jueves, 22 de enero de 1998

Lunes: Mediodía

Ya estaba convencido que ese día no era el mío. Cabeza gacha empecé a pensar en un plan para zafar con mi jefe. Tenía que llamarlo e inventar alguna excusa creíble. Si bien yo era, en mi opinión, el mejor empleado, don Héctor tenía varios motivos para echarme a la mierda.

El sábado pasado me la había encontrado a la Mirna, la hija del medio, en el baile. Después de bailar un rato y chamullarla cual galán a la mas hermosa princesa logré escaparme con ella del boliche.

“En que andas” le pregunté.

“A pata” Me dijo y me miró como invitándome a invitarla a llevarla a la casa.

“Vamo que te llevo” le dije sin titubear.

Esperamos un rato en la esquina, hasta que al fin llego un taxi libre.

“Portiglau 978” le dije al tachero, derecho para mi casa me la llevaba a la Mirna que ya estaba bajo el efecto de mis encantos. Habrá sido eso, o quizás los porrones que se había bajado en el baile, lo que empezó a revolotearle en las entrañas.

“Estas bien?” Le pregunté mientras aprovechaba para frotarle su cabellera mitad rubia mitad platinada.

“Nunca estuve mejor” me respondió tapándose la boca con la mano izquierda, como escondiendo un eructo, pero con la mano de recha se enrollaba un rulo y me miraba con una sensualidad indescriptible.

Con suma gentileza arrimé mi cara a la suya, tomé su mentón, levante su cabeza y con mi mas sensual voz le dije:

“Y eso que recién arrancamos, la noche es joven y vos y yo…”

DOAAAGGGHH

Un repentino vómito verdoso salió de su boca, impactando de lleno en mi nariz y desparramándose por todo el resto de mi cara: ojos, boca, pelo, todo lleno de vómito.

“Pero la puta madre, te pregunté si estabas bien!” Le grite irritado mientras me sacaba un pedazo de lo que parecía ser molleja que tenía pegado en el cachete.

“Nooo! que hiciste? Hoy lavé el auto” saltó el tachero.

“Mi viejo me mata” Dijo solloza la Mirna.

“Bajensé carajo” gritó el tachero.

DOAAAGGGHHH, Le contesto la Mirna con otro vómito. Esta vez tuvo tiempo de agachar la cabeza y apuntarle al piso del auto.

“Cuanto tomaste Mirna?” acompañado de un ademán de pregunta, tipo pizzero italiano.

“Mirna, sos vos? La nena del Héctor?” Preguntó el taxista.

“Si es ella, le respondí”

“Callate vos boludo!” me dijo “Mira lo que hiciste con la nena! El Héctor te mata!”

“Pero si yo no…”

La Mirna volvió a interrumpirnos con otro de sus estruendosas regurgitaciones.

El tachero volteó hacia mi:

“Tomatelas”

“Pero no…”

“Tomatelas boludo” Me repitió con tono amenazador.

“Ma si, a la cocha de la lora” Respondí refunfuñando mientras me bajaba del auto y me despedía con un portazo.

No creo que haya estado muy contento el Héctor. Todavía no lo había visto, pero después de eso, sumado a llegar dos horas tarde (Lo que más odiaba de sus empleados) llegue a la conclusión de no aparecer más por el almacén.

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